27 de octubre de 2011

Y el mármol se hizo carne I

Gian Lorenzo Bernini.

Decir que se trata de la habilidad y el genio personificados es quedarse corto. Decían sus biógrafos y sus coetáneos que además de buen artista era buen mozo, majo, organizado, simpático, resultón y simétrico: vamos, el partidazo del siglo. La antítesis de Caravaggio. Un tío apañado, vamos.

Nació en 1598 en Nápoles. Su padre también era escultor, así que mamó el oficio desde pequeño. Se trasladaron a Roma bastante pronto y allí, pasando del chupete al cincel sin hollar la casilla de salida, empieza a convertir insulsos cachos de roca metamórfica en obras de puro arte. 

La Cabra Amaltea con Júpiter se fecha entre 1610-15. Echadle un ojo al pelambre de la cabra. 


En cuanto al Fauno bromeando con amorcillos (entre 1614-16) tenemos, para empezar, unas uvas hermosísimas que estaban bastante de moda (recordemos al susodicho Caravaggio y la cesta de frutas pochas, el naturalismo que tanto les gusta en el barroco).

Debía tener otro chorro de puntos echados en carisma, porque tuvo una suerte con los mecenas que muchos artistas habrían querido. Scipione Borghese, que era sobrino del Papa y tenía buen ojo para el arte, se lo arrimó inmediatamente y monopolizó su actividad la primera década. Y qué actividad, señores.

Eneas y Anquises. Entre 1618-19.


Agárrate los refajos, Blasa. Representa la huída de Troya de Eneas con su padre a cuestas y su hijo de la mano. Un tema tan vinculado con la antigüedad, encargado por el sobrino de un Papa, tiene una intencionalidad clara de entroncar la herencia del gobierno de Roma desde antes de que esta existiese, poco más o menos como había hecho Virgilio en su momento con el César. 

Fuera de ahí, analicemos las posibilidades de la escena, exprimidas hasta la última gota por Bernini. Tenemos las tres edades del hombre -otra reminiscencia clásica- y cada una está trabajada con maestría y eficiencia, estudiando también un carácter independiente en cada una. Anquises (el viejecillo), aferrado a sus antepasados, derrotado por el tiempo y vuelto hacia el pasado; decrépito, aturdido. Vencido. Eneas, en la flor de la vida, joven y fuerte; lleva a su padre sin esfuerzo pero si nos fijamos en su rostro podemos ver claramente la huella de la destrucción y la desolación, con la mirada baja. No es la forma habitual de retratar a un héroe. El pequeño Ascanio, pegado a las piernas de su padre, lleva su propia preocupación infantil, un pensamiento perdido que parece no doler. 


Es curioso cómo en este grupo escultórico la relación entre las figuras es únicamente física, viéndose claramente cómo cada una de las mentes se hallan en un lugar distinto, creando un universo entero. Además, para ver la obra enteramente, hay que darle la vuelta. No puedes quedarte con una sola vista porque te pierdes cosas: más que contemplar la escultura, tienes que entrar en su espacio; te pide que seas un espectador activo. 

Rapto de Proserpina. Entre 1621-22.

La historia es otra vez clásica: Plutón, que está hartico de pastorear almas en el infierno, utiliza el poco ortodoxo método del rapto para llevarse a Proserpina (que es una moza de muy buen ver y además hija de Démeter) a su chozo. Vuelve a ser una obra que se come el espacio con patatas, dominándolo enteramente. Los detalles son inmensos: la expresión de perversidad y disfrute del raptor, el terror de su víctima, el estudio anatómico de ambos, la fuerza de cada uno...



...cómo se clavan sus manos en la piel de ella: el mármol se hizo carne...



1 comentario:

¡Dime cosicas bonicas!