30 de noviembre de 2009

Mística

Santa Teresa de Ávila, mayormente, se dedicó a ir fundando conventos y a escribir literatura mística variada que ya quisieran muchos amantes que le dedicasen sus amados. Sus visiones místicas, descritas con pelos y señales, hacen que uno se replantee eso de la vida contemplativa.



"Veíale en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas. Al sacarle, me parecía las llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios. Era tan grande el dolor, que me hacía dar aquellos quejidos y tan excesiva la suavidad que me pone este grandísimo dolor que no hay desear que se quite, ni se contenta el alma con menos que Dios. No es dolor corporal sino espiritual aunque no deja de participar el cuerpo algo, y aún harto. Es un requiebro tan suave que pasa entre el alma y Dios, que suplico yo al su bondad lo dé a gustar a quien pensare que miento"

Santa Teresa de Ávila, El libro de la Vida, Capítulo 29.

Bernini, que en cuestiones de sensualidad es el rey del mármol, no se cortó un pelo a la hora de coger el pasaje y esculpirlo sin ningún pudor, incluyendo en los plegados un cierto "efecto ventilador" indicativo de la presencia divina. Hay ciertos detalles que confunden un poco al espectador, como la perversa delicadeza del ángel al levantar la tela, o la sonrisa esa de "te va a gustar y lo sabes", que parece un poco fuera de lugar aunque combinada con la carita de la santa en pleno suspiro parece indicar que estamos viendo dos escenas a la vez. En este siglo mojigato en que vivimos, habría sido imposible una escenificación semejante al "carnalizar" el amor divino identificándolo con los efectos del mundano.



Ya toda me entregué y di
Y de tal suerte he trocado
Que mi Amado para mi
Y yo soy para mi Amado.

Cuando el dulce Cazador
Me tiró y dejó herida
En los brazos del amor
Mi alma quedó rendida,
Y cobrando nueva vida
De tal manera he trocado
Que mi Amado para mí
Y yo soy para mi Amado.

Hirióme con una flecha
Enherbolada de amor
Ya toda me entregué y di

Y de tal suerte he trocado
Que mi Amado para mi
Y yo soy para mi Amado.


Es imposible, en este medio bidimensional, plasmar totalmente lo que es este conjunto, con la ventana por la que entra la luz natural -divina- incluyendo así al mismo dios presente en la escultura a ciertas horas del día y los señores comentando, desde los balcones en la parte de arriba de la capilla, toda la escena con serio semblante y profesionalidad. Hay que pasarse por Roma para echar allí tres cuartos de hora con la boca abierta y la baba colgando mientras se contempla cada pliegue y cada guiño marmóreo.

***

No sólo la santa fue víctima de estas experiencias religiosas. La Beata Ludovica Albertoni,también marmolizada por Bernini, tuvo sus escarceos místicos. Esta mujer, en vez de dedicarse a la literatura, tenía que invertir su tiempo en criar a sus tres retoñas (ya que se metió a terciaria una vez había enviudado) y en consolar pobres, enfermos y desharrapados por Roma, que en siglo XV no faltaban.




La magia de esta obra radica en que, si se contempla sin saber absolutamente nada de quién es la representada o qué hizo con su vida, la línea evocadora cambia totalmente. La mano derecha, crispada a media caricia, sorprendida por el clímax que buscaba afanosamente y que ha sacudido todo el cuerpo; encogiendo una rodilla, arqueando la espalda, doblando el cuello: se entrecierran los ojos perdiendo consciencia del exterior, convulsionado como está lo profundo de su cuerpo, abriéndose los labios en una exclamación ahogada que suplica, se sorprende, maravilla y entrega a lo que escapa a su control...

1 comentario:

  1. Hay que ver a qué conclusiones tan curiosas llevaba hace siglos el desconocimiento de la fisiología femenina más elemental.

    Tienes un blog de lujo, y no lo sabíamos.

    Jesús M. Landart

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