3 de marzo de 2015

Qué emoción, Puri/La crisis iconoclasta

Había yo entrado aquí con ánimo de escribir algo sobre esa gente tan simpática que ha salido en la tele con los martillos hidráulicos cargándose piedros mesopotámicos y, al mirar las estadísticas, me he encontrado la Wikipedia. Un par de clicks más y tachán:

Qué ilusión me ha hecho

Ahora a lo que vamos, tuerta. 
El afán desmesurado por abrazar la feliz ignorancia me fascina. Cuando lo hacen los seres humanos como individuos alucino pepinillos, pero cuando se convierte en movimiento político/religioso/mediopensionista de masas me acojono viva.  

No hemos inventado nada.  Esto es más viejo que el palmar pariendo. Ya lo hicieron los egipcios con Amenofis IV y con las representaciones de Hatsepsut como faraón (que no como reina). Sin embargo, voy a irme más cerca. En concreto, a Bizancio, a revivir las maravillas de las crisis iconoclastas. Precisamente en la Wikipedia lo cuentan muy bien, así que si andáis perdidos le echáis una lectura y luego volvéis aquí.

Viene a ser, una y otra vez, hacerse el guay. Es como la gente que descubre la dieta de la alcachofa y se aferra a ella, y luego se la impone a sus hijos, y cuando se hace presidente de escalera se la enchufa a todos sus vecinos, y cuando asciende a jefe de supermercado elimina de las estanterías todo lo que no sean alcachofas y si llega a alcalde prohíbe comer a todo el mundo nada que no sean alcachofas porque, sabéis, lo que mola son las alcachofas. Las alcachofas traen la verdad, la felicidad y los unicornios. Y YO os he descubierto las alcachofas. Si os pillo comiendo pipas, os meteré una alcachofa por el píloro. Y a la gente empieza a molarle eso de ser adalides de las alcachofas, porque los hace como especiales, como diferentes, como mejores que el resto. Y qué mejor manera de demostrarte que soy mejor y regodearme en ello que haciendo apología de la alcachofa mediante la destrucción de todo lo demás.

Los ejemplos extremos se entienden mejor. 


No es ya un tema religioso, sino el hecho de creerse mejor y querer imponer esa "mejorez" a sangre y fuego. Es, simplemente, egolatría. A nivel de movimiento de masas. Es terrible.

Además, es un comportamiento que se sustenta en la diferencia. Para que yo sea mejor, tiene que haber alguien que sea peor. Así que si el mundo entero por fin está bajo la hegemonía de la alcachofa, alguien se elevará con la idea de que sólo hay que comer corazones de alcachofas y hay que arrancarle los ojos a quienes miren las hojas de las alcachofas, que se convertirán en el enemigo, y podrán sentirse guays marcando la diferencia. Lo importante aquí no es la alcachofa, sino el molar.

Es igual que con las maguferías. La magufería en concreto no importa, lo que importa es erigirse adalid y pregonero de una verdad que los demás no tienen. Por eso triunfan también los códigos da vinchis y esas mierdas. El ser humano lo lleva dentro.

Si los aliens están leyendo esto, les recomiendo que huyan. Insensatos.

28 de noviembre de 2012

Se armó el Belén III: La mula y el buey

A raíz de lo que ha publicado el colega Papatine, alias Benedicto XVI, y aprovechando que se nos echa el Adviento encima, considero oportuno echarle un ojo a estos simpáticos ungulados ficticios que tan bonicos quedan cuando ponemos un Belén y, de paso, hablar un poco de la naturaleza humana.


Mu.


Yo veo a un cachorro en un pesebre y me lo como.

Este escrito y su correspondiente revuelo mediático han provocado que se evidencie una vez más el poco conocimiento que tiene la gente de nada y de historia de la religión cristiana con sus subdivisiones en particular. Y es chocante, porque es evidente que mucha de esa gente que ha salido en la tele opinando sobre la mula y el buey habrá sido bautizada y, mayormente, dirigirá su vida bajo las pautas morales cristianas que ha mamado toda su vida y no se ha cuestionado jamás, como por qué los curas no pueden casarse si San Pedro, primer Papa, tenía suegra. Cuando te pones a contar entresijos de la historia de la Iglesia la gente flipa. Eso de estar abonado a una religión y no tener ni idea de qué va a mí me alucina, pero me alucina aún más no querer tener ni idea de qué va por si no me gusta lo que descubro y siento que he estado toda la vida haciendo el panoli. Humildemente creo que es mejor reconocer que has hecho el panoli por desconocimiento y remediarlo que hundirte en la ceguera autoinducida, pero allá los terrícolas con sus nudos mentales.

Pero bueno, nosotros a lo que nos interesa: ¿De dónde salen estos bichos? ¿Por qué están ahí?

En los Evangelios canónicos no existen. San Mateo pasa por encima del nacimiento sin hacer mención y San Marcos y San Juan empiezan directamente con el Bautista berreando en el desierto. San Lucas, que es más divertido, cuenta la Visitación y otros episodios previos y nos comenta que acostaron al niño en un pesebre. Y ya. No dice nada de animalicos.

Si yo soy un señor pintor/escultor del siglo V, por ejemplo, y me cuentan esa historia y me dicen "ahora vas y la representas", como tengo la artisticidad subida probablemente escuche "pesebre" y piense "hum, pues un pesebre en una ferretería sería raro, así que me imagino que la mujer estaría en un establo" Y, ¿qué hay en un establo? Animalicos de carga variados. La inferencia es una herramienta infravalorada. Es una posibilidad de cómo empezó todo. Pero se nos olvida que lo de reducir los evangelios canónicos a esos cuatro es, como quien dice, de anteayer. Tenemos que echarle un ojo a los Apócrifos, que daban mucho más juego a la hora de representar y todavía eran legales cuando se establecieron las bases iconográficas de la Natividad.

En el Protoevangelio de Santiago, que mira que dice cosas, sólo sale un "asna" en la cual iba montada María y que acaba en la cuevecica con ella cuando se pone de parto. En el Liber de infantia salvatoris nos sueltan todo el rollo de la partera, pero no hay animales. Tampoco en el Evangelio árabe de la infancia, ni en el armenio (que es especialmente tronchante con las travesuras del niño Jesús). ¿De dónde se sacó quien fuera que había ahí un par de bichos?

Finalmente, en el Pseudo Mateo, nos colocan los dos cuadrúpedos y nos explican por qué hay que ponerlos, en el capítulo XVI: "[...] salió María de la gruta y se aposentó en un establo. Allí reclinó al niño en un pesebre, y el buey y el asno le adoraron. Entonces se cumplió lo que había sido anunciado por el profeta Isaías: <<El buey conoció a su amo, y el asno el pesebre de su señor>> [...] En lo cual tuvo cumplimiento lo que había predicho el profeta Habacuc: <<Te darás a conocer en medio de dos animales>>"

¡Claro, hombre! Los otros evangelios, cual guionistas de Lost, habían dejado abierta la trama de los profetas, sin dar una solución satisfactoria a esas profecías. Llega Pseudo Mateo, que se merece un Globo de Oro, y arregla el guión con una cosa sencilla, fácil y para toda la familia. Ya está.

Para más información navideña, os emplazo en los dos capítulos anteriores de Se armó el Belén (con La Virgen y San José). También podéis pasar un buen rato contemplando neonatos divinos (los de Masaccio son bastante especiales), pensando qué os traerán los Reyes Magos y conociendo la nunca bien ponderada historia de la partera.

11 de enero de 2012

La Calumnia


Si hay algo que me congratule de la naturaleza humana es que, mayormente, nos enfrentamos a los mismos problemas desde que inventamos un lenguaje mediante el que comunicarnos y con él sus trampas e inconvenientes. Como muchos bípedos con circunvoluciones inquietas han sentido la necesidad de gestionar dichos problemas por medios creativos además de a hostia limpia (o no tan limpia), mirar atrás y encontrar  la chunguez existencial reconvertida en arte me inocula un poco de aprecio por mi especie. 

Sandro Botticelli, un pintor majo bastante blandito en su primera etapa, que pintaba señoras lineales de carita dulce ya fuera disfrazadas de vírgenes o de personaje mítico femenino, aquí cambia de tercio y se vuelve hacia un tema ya representado por Apeles (el pintor griego, no el cura de la tele) y descrito por Luciano y posteriormente por Alberti. Apeles desarrolló su pintura como manifiesto/venganza por las mentiras contadas por su rival Antifilo al rey Tolomeo Filelfo. Botticelli lo retoma oportunamente después de ser puteado por las habladurías en su contra vertidas en los oídos de Pedro de Médicis.

Vamos, que un milenio separa ambas historias y el ser humano seguía (y sigue) igual.

Pasamos a la representación. Luciano la cuenta muy bien, así que vamos a ello:

“A la derecha está sentado un hombre con largas orejas, casi como las de Midas, desde lejos tiende  su mano a la Calumnia que avanza. Cerca de él, dos mujeres, probablemente la Ignorancia y la Sospecha. Por el lado opuesto se aproxima la Calumnia bajo la forma de una mujer extremadamente bella, pero con la cara inflamada, muy excitada, como bajo el influjo de la ira y el furor; en su mano izquierda lleva una antorcha encendida, y en la otra arrastra de los cabellos a un joven que levanta los brazos al cielo y toma a los dioses como testigos. Su guía es un hombre pálido, feo, de mirada penetrante, que parece extenuado por una larga enfermedad. Se puede admitir que es la Envidia personificada. Otras dos mujeres además acompañan a la Calumnia, la animan, le arreglan sus vestidos y su cabello; a decir del guía que me guiaba, una era la Acechanza y la otra la Perfidia. Tras de ellas marcha una mujer con ropa de gran duelo, los vestidos negros y en jirones: es, se me recuerda, el Arrepentimiento; al menos vuelve la cabeza llorando, levantando los ojos con extrema confusión hacia la Verdad que se acerca".

Ahí queda eso.



Texto de Luciano extraído de YARZA, Joaquín; Fuentes para la Historia del Arte I, Madrid, 1997, pp. 99-100.